“Mi padre nació a la luz de la meseta ondulada, esa que esconde los páramos, huertos y bosques, a la luz recoveca de cañones y peñascos.
...Primero vivieron en la casa de la cuesta, una calle que se ondula hacia arriba, poco a poco, buscando el peñasco de las Tres Cruces(…)si nos asomamos por detrás surge el gran cañón del Escalote, una altura con inmensa caída en ruda roca, en ariscos materiales que el agua del pasado ha logrado conquistar. Cuando se mira la colina de las Tres Cruces desde la nueva casa de mi padre aún chico, ella se muestra amable; en cambio, por detrás está el vértigo.
...Le pisa mi abuela dos uñas de los pies a mi padre de pequeño con una banqueta(...)De mayor, ya algo anciano, cuando no se las podía cortar con el cortaúñas porque se desbocaron enfermizamente (…) yo se las rasuraba con una maquinilla de podólogo(…)Era un momento de delicadeza y de querencia; mi padre me llamaba “rey” cuando se las limaba, como siempre me lo llamó ya de pequeño, y me tocaba mi cabeza con un tic desde siempre también, con el dedo corazón de la mano derecha. A veces miraba algo que consideraba importante, una fotografía nuestra, y lo hacía si estaba yo cerca o mi hermano o nuestra madre, sobre la correspondiente y respectiva cabecita. Un tic. Era bueno de verdad.”